Go here to read the English version of my natural birth experience during Coronavirus.
El 20 de abril di a luz a nuestra segunda hija, Elena. Nació exactamente en su fecha prevista, a las 40 semanas, sin tener idea de que había venido a un mundo marcado por una pandemia. Este nacimiento, aunque similar que el de mi primer hija (ambas niñas, mismo hospital, parto natural, casi la misma duración), tuvo muchos componentes distintos. Primero, me sentí incluso menos preparada que cuando tuve a mi primer bebé, gracias a un imprevisto que marcó mi segundo trimestre de embarazo. Quiero contarles todo mi experiencia de parto natural durante la pandemia del coronavirus o Covid-19, con la esperanza de que le pueda servir de consuelo y le ofrezca paz a alguien que esté esperando bebé o le ayude en cierta forma a alguien que conozcas.
Placenta Previa
Retrocedamos en el tiempo, hasta casi 4 meses antes de dar a luz. Cuando fui a mi ultrasonido a la mitad del embarazo (el largo que dura una hora, donde analizan todo en detalle) mi doctor me dijo que la placenta no estaba donde debería estar. Tenía una condición llamada “placenta previa“ en la cual mi placenta, en vez de estar arriba, cubría mi cervix. Nada de que preocuparse demasiado, decía mi doctora, ya que muchas mujeres tienen una “previa“ que se corrige sola (literalmente se mueve a medida que el útero crece), para cuando empieza el tercer trimestre. Me pidieron hacerme otro ultrasonido para la semana 28, el inicio del último trimestre. Desafortunadamente, la placenta previa seguía ahí. Esto significaba que tendría que llevar mi embarazo con más cuidado y no podría hacer ningún ejercicio intenso ni saltar. Por tomar precauciones, decidí que no podía prepararme mucho físicamente para mi parto natural como lo hice con mi primer bebé. Les soy honesta: realmente no hice mucho ejercicio que digamos con mi primer parto tampoco, pero sí me comprometí al menos a estirar casi todos los días y a hacer sentadillas y ejercicios para el perineo para conseguir y mantener elasticidad. Esta rutina, para alguien que normalmente no puede correr más de 20 minutos, significaba bastante ejercicio. ¡Y ya no podría hacer ni eso!
Aparte de esas limitaciones en cuanto al ejercicio, el tener una placenta previa significaba que mi experiencia de parto se vería muy afectada. Debido a que hay un riesgo de sangrado con esa condición en parto natural, la mayoría de mujeres que la padecen tienen que someterse a una cesárea en su semana 37 o 38 de embarazo. Yo estaba devastada, ya que había tenido un parto natural (vaginal, sin epidural) con mi primer embarazo y planeaba hacer lo mismo esta vez. También me puse triste cuando la doctora me informó que después de una cesárea era muy común padecer de placenta previa para futuros embarazos. Pero bueno, nosotros intentábamos mentalizarnos mientras se tomaba la decisión final. Para ella, tuve que regresar a hacerme dos ultrasonidos más. El primero, a las 33 semanas, mostraba un poco de progreso pero la placenta todavía tenía que moverse varios centímetros para que no fuera de alto riesgo y no tener que realizar cesárea. Mi esposo y yo seguíamos con la esperanza de que se movería, pero a la vez estábamos decidiendo ya fechas para la operación. Nuestras oraciones fueron escuchadas y para la semana 37, ¡la placenta previa se había resuelto milagrosamente! Me sentía súper aliviada pues la doctora me había confirmado que gracias a esto sí podría tener un parto natural. Sin embargo, en cuanto se calmó mi ansiedad por la “previa“, otros miedos empezaron a invadir mi mente. Ya estábamos en la segunda semana de marzo 2020, y la pandemia del Coronavirus o Covid-19 estaba arrasando en Europa y empezaba a sentirse como amenaza en lugares cerca de donde estábamos. Los posibles cierres fronterizos y medidas de viaje nos llevaron a tomar la decisión de mudarnos fuera de casa, a un apartamento en la misma ciudad que mi hospital y doctores. También, comencé a ir a mis últimas citas prenatales yo sola, ya que las medidas de seguridad no dejaban que llevase un acompañante.
Aparte de estar en otro ambiente, no me sentía nada preparada para “expulsar“ un bebé sin haber entrenado o ejercitado en los últimos meses. Comencé a incorporar pequeños ratos de estiramientos y de hacer sentadillas y caminar más todos los días. También sabía que tenía que refrescar mis conocimientos sobre el parto así que me puse a leer y a ver en internet varios videos de preparación para el parto que me ayudaran a tener más confianza en mí misma. Al final de este post les dejaré los enlaces a las cosas que me ayudaron a prepararme.
Contracciones…¿de parto?
LLegó el final de la semana 38 y empecé con leves contracciones de dilatación. Éstas se sentían bien raro ya que nunca pude sentirlas antes de llegar al hospital con mi primera hija, Isabel. Pueden leer mi primera experiencia de parto aquí, pero en ella los doctores tuvieron que provocarme contracciones con varias dosis de pitocina, la forma sintética de la hormona natural del parto oxitocina, después que hubiese roto fuentes sin ninguna contracción.
Después de medio día con ellas, las contracciones pararon. Yo ya me había emocionado. Un par de días después, me tocaba ir a mi revisión con la doctora y me dijeron que gracias a esas contracciones había dilatado 1 cm. Yo sé, eso no es casi nada pero con mi primer bebé había tardado 11 horas (!) en llegar a 1 cm así que consideré esto como un pequeño logro. Sin embargo, mi emoción se fue disipando después de una semana y media sin mucho avance. Volví a sentir las contracciones de dilatación en un par de ocasiones pero las sesiones no duraban más allá de 10 a 11 horas. Y sí, éstas eran contracciones de verdad y no las llamadas “Braxton Hicks“. Para quien le interese la diferencia, las Braxton Hicks ocasionan una pequeña molestia y tensión en la panza, pero no duelen y pueden desaparecer cuando te mueves; las contracciones de dilatación conllevan tensión de los músculos Y dolor abdominal/de vientre, además de que aparecen de forma rítmica cada cierto periodo de tiempo. Mis sesiones de contracciones ya eran rítmicas aunque con distintos ritmos: a veces tenía una hora de contracciones que duraban hasta un minuto y que venían cada 7-8 minutos, y a veces las contracciones duraban 35 segundos y venían cada 12-13 minutos. El hecho de que este patrón cambiaba de duraciones y no progresaba significaba que mi parto en realidad no había empezado, pero mi cuerpo estaba entrenando para ello. Y podía pasar bastante tiempo entrenando: hablando con varias amigas, me comentaban que ellas habían tenido estas “contracciones de práctica“ hasta 2-3 semanas antes de que nacieran sus bebés. Pero bueno, supuestamente estas contracciones ayudan a acortar el tiempo de duración del parto, y saber esto me ayudó a verlas de una manera más positiva.
Yo rezaba para que las cosas avanzaran más rápido. Aparte de ya querer conocer a mi bebé, otra razón por las cual estaba ansiosa para que esto fuese lo más pronto posible eran las estrictas medidas que veía que se estaban tomando por la pandemia del Covid-19 alrededor del mundo. Escuchaba historias de gente en lugares cerca, como en Los Ángeles, en las que muchas mujeres estaban teniendo que dar a luz solas, sin la presencia de su cónyuge o doula, para evitar la transmisión del virus. Afortunadamente, las pandemia no había arrasado tanto en la ciudad donde estábamos (San Diego), y mi hospital, el Sharp Mary Birch, se dedicaba solamente a medicina de la mujer y los recién nacidos, así que sus medidas de contención no eran tan estrictas como las de un hospital general.
Lo único que sí nos habían advertido era que sólo una persona podría acompañar a la madre en su parto, lo cual significaba que no se permitirían ni visitas ni niños dentro del hospital. Gracias a Dios, mi mamá había alcanzado a subirse a un avión y llegar a hacer la cuarentena con nosotros, antes de que cerraran los vuelos internacionales. ¡No sé qué hubiésemos hecho sin ella para cuidar a nuestra hija mayor! Además de la política de sólo un acompañante, estábamos a punto de descubrir otra medida para el coronavirus que marcó mi experiencia de parto….
Llegó el día antes de la fecha prevista de nacimiento de mi bebé, el 19 de abril, y empecé con contracciones de parto (¡esta vez las decisivas!) a las 5:43 am. Mi familia bromeaba diciendo que la bebé nacería igual que su hermana, y llegaría en la fecha prevista de parto, aunque yo seguía rogando para que pasara todo más rápido. Una doctora me había dicho que usualmente los segundos partos duran alrededor de la mitad del tiempo comparados con el primero. Si el de mi primera niña había durado 24 horas (¡y 10 minutos!) ¡eso significaba que quizás podría tener a mi bebé en mis brazos en menos de un día!
Pero claro, ella decidió tomarse su tiempo.
Para la hora del almuerzo, las contracciones habían aumentado en fuerza y frecuencia, pero todavía seguían siendo llevaderas. Yo intentaba aprovechar al máximo mis horas en casa con mi hija y mi mamá, descansando, comiendo e hidratándome lo más posible, por si el parto se prolongaba. No había podido hacer ninguna de estas cosas con mi primera bebé. Esa vez sólo pude comer un poco de gelatina y tomar sorbitos de agua fría durante las 24 horas que estuve en el hospital antes de dar a luz, así que se sentía bien el poder relajarme un poco más. Cerca de las 5 pm las contracciones empezaron a incrementar bastante en intensidad y frecuencia. Ya a las 7 pm, el dolor de un par de contracciones me hicieron llorar frente a mi hija. Ella me quedaba viendo preocupada, y mi esposo intentaba convencerla de que mis lágrimas eran de felicidad porque ya se acercaba el nacimiento de su hermanita. Mi hija me abrazaba e intentaba consolarme, creo que sí se daba cuenta que en realidad lloraba por dolor. Sentía que no podía dejar esta carga emocional en ella, así que decidimos que ya era hora de irnos al hospital.
Llegamos al hospital y nos encontramos con un kiosco de revisión en la entrada. Nos preguntaron las cosas rutinarias sobre el coronavirus (“¿has estado fuera del país en los últimos 14 días? “¿Has tenido fiebre?“ etc.) y, después de que parecía que nos dejarían pasar, nos dijeron que solamente YO podría acudir a la zona de “triaje“ (donde te revisan antes de ser admitida para el parto). Estaba en shock: ¿cómo iba a poder manejar yo solita las contracciones que se estaban volviendo cada vez más dolorosas? Para este momento ya estaba sufriéndolas cada 6 minutos así que decidí actuar rápidamente y apresurarme a la zona de triaje. Esperé a que una enfermera me preguntase algunas cosas antes de meterme por fin a un cuarto de monitoreo. Mi esposo me escribió por chat diciéndome que había estado esperando justo afuera de la entrada pero le habían mandado a esperar dentro del carro, en el estacionamiento. La enfermera monitoreó mis contracciones y el corazón de mi bebé; ambos progresaban bien. Cuando revisó mi cérvix, resultó ser que sólo había dilatado 3.5 cm y que el cérvix todavía seguía un poco grueso, así que por protocolo ella tenía que preguntarle a mi doctora para ver si daba permiso a que me admitieran.
Cuando la enfermera regresó de preguntar, me dijo que la doctora había decidido que tendría que esperar. Entonces tenía dos opciones: quedarme dentro del hospital, caminando y moviéndome hasta que pasara más allá de los 4 cm de dilatación,o podía esperar el proceso en mi casa. Con el relajo que había sido salir del apartamento y dejar a mi hija, decidimos que la mejor opción era que me quedara en el hospital. ¿El único problema? Que tenía que superar la espera SOLA y mi esposo debería quedarse en el carro esperando hasta que me admitieran. La enfermera me dijo que volverían a revisar en 2 horas (¡DOS!) o tal vez un poco antes, si ya no aguantaba el dolor. Al final, la espera duró 90 minutos, y he de decir que fueron los 90 minutos más largos de mi vida. Me sentí MUY sola, vulnerable, y llena de miedo, especialmente porque, debido a que desde antes me sentía poco preparada, había planeado apoyarme en la ayuda y fortaleza de mi esposo para llevar mejor mi labor de parto.
Los pasillos de la zona de triaje estaban desolados, se sentían hasta escalofriantes. Lo vacío del lugar me hubiese podido hacer sentir más segura, ya que así no iba a estar cerca de nadie que posiblemente estuviese infectado, pero sin embargo lo único que esto logró fue hacerme sentir más sola aún. Las contracciones definitivamente se hacían más fuertes cada vez y en varias ocasiones me mordí el labio para evitar gritar muy alto. También me agarraba fuertemente a los barrotes de los pasillos para no derrumbarme, debilitándome cada vez más. Entre dolor y dolor, cada par de minutos recordaba aplicarme gel antibacterial para desinfectarme, el miedo de la pandemia me seguía acompañando.
Me acuerdo que, entre tanta desesperación, escribí en un grupo de Facebook que estaba dedicado a embarazadas durante la pandemia, pidiendo consejo para poder manejar la situación por mí misma. Desafortunadamente mi post tenía que ser aprobado por la moderadora antes de aparecer en el grupo y no conseguí respuesta. Por suerte, todavía podía seguir chateando con mi esposo, mis amigas y familiares, pero mi fuerza disminuía con cada contracción. En medio del dolor, intentaba concentrarme en dos cosas que me ayudarían a llevar mejor la situación: lo primero era la idea de que entre más caminase y aguantase de pie, más rápido avanzaría la dilatación y más rápido podría ver mi esposo. Lo otro en lo que pensaba era en las miles de mujeres que, debido a las medidas estrictas contra el Covid-19, no tenían más opción que dar a luz solas: pensé en la ansiedad que sentirían, en su dolor, tristeza, desolación y todos los sentimientos que no podían ser consolados por su acompañante, y empecé a ofrecer mi dolor por ellas y por el bienestar de sus bebés. Si lograba ser un poco más fuerte, tendría sólo que aguantar unos pocos minutos más del dolor que ellas probablemente habrían experimentado por mucho más tiempo.
Ya cerca de las 9:30 pm el dolor de las contracciones era demasiado intenso. Aún así me encontraba peor emocional y mentalmente, sentía como si ya no podría aguantar más. Me apresuré a llegar con las enfermeras del triaje y les pedí que me revisaran. Me metieron dentro del cuarto de monitoreo: ¡había llegado a 4.5 cm! Sí, sólo UN centímetro de progreso. La enfermera se fue de nuevo para llamar a mi doctora y los minutos de espera se sintieron como horas. Cuando regresó, me dijo que por fin me habían aprobado para la admisión y que iban a llamar a mi esposo para dejarle entrar. Inmediatamente me solté a llorar. La enfermera me preguntó si me había entrado algún dolor pero le dije que mis lágrimas eran de felicidad, de alivio, ya que estaba soltando la ansiedad con la que había cargado las últimas horas. ¡Por fin podría reencontrarme con mi esposo! No puedo resaltar más la importancia de tener un compañero de parto, es un derecho que la mujer debería solicitar a su equipo médico ya que hay estudios que demuestran que es algo indispensable para lograr un cuidado de calidad durante el parto.
La Sala de Partos
Nos transfirieron a nuestra sala de parto privada, otro beneficio que valoro mucho de mi hospital ya que así teníamos menos oportunidad de exponernos a otras personas. Me subieron a la cama y decidí quedarme ahí descansando por el siguiente par de horas ya que estaba bien cansada por mi gran caminata solitaria. Desafortunadamente, esta decisión deceleró el ritmo de mi parto y a medianoche me avisaron que sólo había llegado a 6 cm de dilatación… todavía me quedaba un laaargo rato. Sí, hay muchas mujeres cuyos partos progresan rápidamente una vez llegan a los 6 cm (cuando ya se considera como “parto activo“), pero mi parto continuó con la misma intensidad por un par de horas más.
Un gran factor del progreso de mi parto fue la ayuda de nuestra enfermera, Annia. Era una joven tan dulce y reconfortante, pero firme a la vez, y me sugería cambiar de posiciones y probar a aguantar las contracciones con la pelota de yoga (un elemento básico en ambos de mis partos). Su personalidad era tan relajante que incluso escogí ver fijamente sus ojos en vez de los de mi esposo para calmarme durante algunas contracciones fuertísimas (una técnica que me ayudaba a no pensar en el dolor). Cerca de las 2 am, teníamos que enfocarnos en romper mi saco amniótico, ya que seguía intacto y no ayudaba a progresar la labor de parto. Annia subió una barra de la cama (una “birthing bar“), para que me propulsara hacia adelante con cada contracción y así poder ejercer un poco de presión al saco. Yo empujaba lo más que podía pero después de unos pocos intentos estaba muy exhausta para seguir haciéndolo. Fue entonces cuando decidí cambiar de posición y pararme y *BAM*: al segundo en que me levanté de la cama, rompí fuentes de la manera más dramática posible, haciendo un charco en todo el suelo a mi alrededor con un estruendo, como si alguien me hubiese explotado un enorme globo de agua encima. ¡Fue muy cinemático!
Las cosas progresaron BASTANTE rápido después de esto, tanto en intensidad de contracciones como en dilatación. Empecé a sentir las horribles “ansias de pujar“ – que se aconseja frenar y controlar par así evitar desgarre- y empecé a gritarle frenéticamente a la enfermera y mi esposo. Recuerdo haberme disculpado con ambos después del parto, pues me puse bien irritante y hasta parecía estar enojada con ellos cuando demandaba a gritos que llegase mi doctora para la “fase de pujar“. En serio que agradezco la gran paciencia que me tuvieron mis acompañantes de parto. Es en estos momentos cuando te das cuenta del rol TAN clave que tiene la preparación mental previa al parto, necesaria para sobrellevar los altibajos físicos y emocionales tan drásticos en todo el proceso de dar a luz.
Di un último grito lleno de dolor y frustración y de repente vi cómo mi enfermera saltaba de su asiento, me revisaba y empezaba a llamar a sus compañeras. Cerca de las 4:30 am, había por fin alcanzado la meta de los 10 cm de dilatación. Todo lo que vino después se orquestó rápidamente: encendieron las luces, UN MONTÓN de enfermeras entraron en la habitación, mi doctora decidió aparecer (¡POR FIN!), y todos los “instrumentos“ para el parto se colocaban alrededor de mi cama. Entre tanto ajetreo, me acordé de pedir un espejo, ya que era un recurso que había usado durante mi primer parto para ver y ayudarme en el progreso de pujar. He de decir que, aunque claramente lo que se ve en el espejo no es para nada agradable, con él podía divisar cómo se asomaba la cabeza (muy peluda) de mi bebé con cada pujón, y esto me motivaba a pujar cada vez más fuerte. Esta fase fue rápida: creo que sólo me tomó unas 4-5 contracciones de pujar y la doctora por fin sacó a nuestra pequeña Elena. Eran las 4:53 am, unas 23 horas después de que había empezado mi labor de parto. Me pusieron a Elena encima de mi pecho e hicimos “delayed cord clamping“, nos esperamos para cortar el cordón (que de hecho cortó mi esposo, al igual que con mi primer bebé) unos minutos. Incluso limpiaron a la bebé mientras la tenía encima, ya que en ese hospital se valora mucho el contacto de “piel con piel“ de un recién nacido con su madre, tanto por sus beneficios físicos como de apego emocional. Mi esposo y yo estábamos hipnotizados con su belleza y sus primeros movimientos.
Al igual que en mi primer parto, el segundo en que salió la bebé, el dolor se disipó (o más probable es que a mí ya no me importaba más que mi niña). Mis contracciones volvieron a empezar pues mi cuerpo estaba expulsando la placenta, pero yo no sentía nada. De hecho, llegué a sentir más la presión que ejercía la doctora en mi vientre con cada contracción para sacar “todo“ de ahí dentro, que las propias contracciones. Estaba maravillada con nuestra preciosura.
Me cosieron, ya que había desgarrado un poquito, y limpiaron más a Elena, además de medirla: 4 kilos y 53 cm, ¡era enorme! Alrededor de una hora después del parto, nos transfirieron a nuestra habitación privada para pasar la noche. Me sorprendió ver lo rápido que se hacían cada uno de los procedimientos habituales y pensé que quizás se había vuelto todo más agilizado para cumplir con las medidas contra el coronavirus.
De las casi 36 horas que estuvimos desde que llegamos al hospital pude dormir unas 3 o 4 en total ya que nuestra habitación recibía mucha actividad. Varias enfermeras, doctores, pediatras, y hasta el staff de la cafetería entraban y salían del cuarto, todo mundo con mascarilla y guantes claro, para hacer monitoreo y acabar el papeleo que nos facilitaría el alta del hospital. Usualmente, con parto vaginal sin complicaciones, uno tiene derecho en ese hospital a quedarte hasta 2 días de descanso. Sin embargo, varias veces nos recomendaban que lo mejor era apresurarnos a irnos a casa para disminuir el riesgo de contagio. Tomamos esto en cuenta y menos de 30 horas después de haber nacido Elena ya estábamos fuera.
Días después de haber llegado a casa, cuando ya tenía más energía, me puse a reflexionar sobre todo lo que acababa de suceder. Estaba agradecida por haber podido sobrellevar el parto de la mano de mi compañero de vida, mi esposo, incluso aunque nos separaron brevemente al principio. Estaba agradecida pues todo parecía haberse solucionado en el tiempo adecuado, sobre todo respecto al movimiento de la placenta, nuestro viaje y el de mi mamá. Por último también me sentía bastante afortunada de poder tener una historia positiva para contar durante una pandemia que estaba siendo muy negativa para muchos. Es cierto que, si no hubiese sido por el Coronavirus, mi experiencia de parto hubiera sido más fácil y hubiera podido estar rodeada de más familia y amigos, aparte de no tener que preocuparme por nada más que dar a luz. Sin embargo, por encima de todo los “hubieras“, decidí enfocarme en lo que realmente importa: el estar juntos y sanos, el haber traído al mundo a una bebé divina y saludable, aparte de ser capaz de contar mi experiencia al mundo. Además de volverse una historia increíble para contar a mis futuras generaciones, esta odisea fue para mí una prueba de fe, fortaleza y resiliencia que pude superar y que me ha hecho superarme. Definitivamente me siento más preparada para sobrellevar la siguiente etapa difícil: llevar la cuarentena con una niña de dos años y una recién nacida 😛
Si actualmente te encuentras embarazada, o conoces de alguien que lo esté y esté sufriendo un poco de ansiedad en estos momentos por la situación del Coronavirus, deseo de verdad que puedas encontrar recordatorios a lo largo de tu embarazo que te ayuden aferrarte a lo bonito que es traer a un ser humano al mundo. Quizás tus planes de parto tengan que modificarse, como los de muchas miles más, pero como mujeres somos más fuertes de lo que pensamos y confío en que sabrás encontrar esa fuerza dentro de ti. Si tu hospital tiene políticas muy estrictas respecto al parto, te aliento a insistir en el derecho de tener a tu acompañante de preferencia. Hasta la Organización Mundial de Salud lo defiende como un derecho, y declara que para una experiencia sana y positiva para el parto hay que incluir el tratar a la mujer con dignidad y respeto y permitirle tener a alguien que le acompañe en el proceso.
Te dejo varios enlaces a los recursos que usé para prepararme en las semanas antes de mi parto. Si conoces de algún otro, coméntalo ¡y lo agrego a la lista!
¡Ánimo mamis!
- Grupo de Facebook: Pregnant among the Coronavirus / Covid-19 pandemic: https://www.facebook.com/groups/519401358992330/
- Breathing exercises I practiced (by doula and YouTuber Bridget Teyler)
- 3 kinds of breathing for labor: https://youtu.be/eK9BrVX8RhM
- For pushing: https://youtu.be/0pNldTVh5B4
- Evidence-based birth YouTube series “Birthing in times of Covid-19”: https://www.youtube.com/watch?v=7Lo59Dls-L4&list=PL-lEXCUOjN-isTSvgt5Qe8d4YJxF5fZrS
- FREE childbirth education series by Pampers: https://get.pampers.com/en-us/childbirth-education-series
- Pregnancy and Covid-19 related resources gathered by Lynzy Coughlin: https://www.lynzyandco.com/covid-19-our-story-resources/
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